Una fábrica en China solicita a los operarios que antes de entrar coloquen en una pizarra una carita feliz, neutra, triste o enojada, que refleje sus estados de ánimo
Lo que se relatará a continuación sucede en una localidad cercana a la Ciudad Prohibida, en China, donde residían los emperadores allá por el siglo XV. En aquel lugar se encuentra hoy el Centro de Fabricación de Songshan Lake, un complejo industrial donde se producen los equipos Huawei, especializados en conexiones Wi-Fi.
Las exigencias de seguridad son muy rigurosas, para preservarse del espionaje industrial. Tiene como particularidad que ha desarrollado un sistema donde existe una especie de asociación entre los operadores y las computadoras, donde unos controlan a los otros. En otros términos, simplificando al extremo, hay equipos que son ensamblados manualmente en partes del proceso y si la operación es correcta, hay una máquina que lo certifica, pero luego un ser humano supervisa y da conformidad al producto final, por si alguna de las dos partes hubiera producido fallos. Un portavoz de la firma explica: “El objetivo es que operario y máquina formen parte de un todo. Que se complementen para minimizar los errores a lo largo de esta cadena”.
Es lo más cercano conocido de una simbiosis entre las máquinas y el hombre, lo que va confirmando una vez más que poco a poco van desapareciendo los límites, tan claros a principios del siglo XX, cuando la pretensión era convertir a los hombres en máquinas, brillantemente expuesto por Charles Chaplin en su film Tiempos Modernos.
La pretensión no ha desaparecido todavía, pero es evidente que el paradigma está cambiando y sus resultados merecen una reflexión específica. Dentro de esta interesante experiencia de Huawei, se encuentra una novedad muy atrayente, que bien podrían aplicarse en otras partes del mundo y en cualquier empresa. Cada empleado, al ingresar, debe ubicar sobre una pizarra unos imanes similares a los emoticones que hoy se utilizan en los celulares para expresar su estado de ánimo. Cara sonriente, significa que está de muy bien y dispuesto a trabajar. Moderada sonrisa es que no está ni bien ni mal. Es decir, normal. Cara triste y enrojecida es sinónimo de disgusto o malhumor.
El portavoz amplía: “Al comenzar la jornada, el supervisor debe acercarse a la pizarra y comprobar el estado de ánimo de sus empleados. Si detecta caras de mal humor, debe hablar con sus subordinados para saber qué sucede. Se trata del mismo procedimiento que emplea Toyota en Japón”. El procedimiento, si se mira bien, tiene poco de sofisticado y puede ser muy efectivo. Algo así como una encuesta de satisfacción diaria, que se explicita gráficamente, donde el supervisor no necesita ir detectando intuitivamente sobre cuál es el estado general de sus supervisados y, por lo tanto, con quiénes va a trabajar ese día.
Ahora bien: desde la perspectiva de las empresas más cercanas, las que conocemos, ¿quién se anima? Lo habitual es la frase “aquí se viene a trabajar y los problemas deben quedar afuera”. Es una falacia, porque muy pocos seres humanos tienen la capacidad de escindirse hasta tal punto. Enterarse gráfica y claramente del estado de ánimo de los supervisados es una de las tareas imprescindible de cualquier supervisor, por más que se intente cerrar los ojos e ignorarlo.
Llevar a cabo una experiencia como la de Huawei no tiene un costo superlativo, excepto el ejercicio de un liderazgo consciente y activo. Desde el punto de vista material, es más barato que las clásicas máquinas de control de entradas y salidas, que solo miden tiempos y no los estados de ánimo que, sin duda, son datos tanto o más importante. Entonces, cabe repetir la pregunta: ¿quién se anima?.